lunes, 11 de junio de 2012

Un lugar para no morir

Un lugar para no morir
Lunes, Junio 11, 2012 | Por Rafael Ferro

PINAR DEL RÍO, Cuba, junio, www.cubanet.org -Un viejo amigo visitó el
cementerio hace unos días. Estuvo en la tumba de su madre y después pasó
por la de un conocido nuestro: "Es la bóveda más solitaria en el
cementerio, si es que se le puede llamar bóveda a lo que vi –me dijo-,
tuve la impresión de que en un millón de años nadie ha pasado por aquel
lugar donde está enterrado El Alcalde".

El Alcalde se llamaba Jesús Machado Castro. Había nacido en un barrio
marginal, al oeste de la ciudad y era el mayor de trece hermanos. Era un
negro alto y delgado. Llegó a nuestro grupo una aburrida tarde en que
estabamos sentados a la sombra de los árboles del parquet, contándonos
historias y bebiendo un aguardiente casero que ya teníamos etiquetado
como el peor del mundo.

Se iniciaban los años noventa y el mundo abría los ojos para darse
cuenta de que el socialismo real era lo que sigue siendo: una gran
estafa que por décadas mantuvo a la gente reprimida, soñando y muriendo,
para beneficio de una muy minoritaria élite.

Entrada la noche, El Alcalde y yo éramos los únicos que quedábamos del
grupo, luego de una tarde de cuentos, nicotina y alcohol. Finalmente nos
encontramos varados en los mares del mutismo sin otro tema de que
hablar. El silencio es una pesada carga entre dos bebedores y él, quizás
por evadirlo, empezó a contarme la historia de su vida, por retazos.

"En el año l980, yo estaba preso, y cuando empezaron las salidas por el
Mariel, llegó a mi celda el instructor y me preguntó si quería irme para
Estados Unidos".

Siguió relatándome que llegó a la Florida y allí no tenía familia ni
amigos que lo recibieran. Desembarcó en un país desconocido sin otra
compañía que la de sus recuerdos de prisiones y pleitos, que habían
comenzado en los umbrales mismos de la infancia.

"Allá también terminé preso. Después de un tiempo, el gobierno de Cuba
hizo arreglos con el americano y, a cambio de dinero, las autoridades de
aquí aceptaron recibirnos a los que no éramos bienvenidos allá: nos
llamaron "los excluibles".

Me consta este episodio. En un documental de la periodista Estela Bravo
sobre los llamados excluibles, vi a El Alcalde bajar del avión que lo
trajo de vuelta a Cuba, encadenado.

"Fue el día más triste y feo de mi vida –me contaría luego-, y te puedo
asegurar que si una cosa he tenido de sobras han sido días feos y
tristes. Hubiera preferido morirme cien veces en una prisión de Estados
Unidos, antes que vivir en este infierno que tenemos aquí".

Después de su regreso a la Isla, El Alcalde sobrevivió durmiendo en los
parques de la ciudad. Cuando el hambre le apretaba, se involucraba en
algún pleito planeado contra enemigos que se inventaba, con el único
propósito de que lo metieran preso nuevamente para tener alojamiento y
algo de comida.

"Así voy escapando. Nunca tuve aspiraciones para el futuro. Aquí nadie
tiene porvenir, mucho menos un tipo como yo. Lo único que le pido a la
muerte es que no me llegue en este país de mierda".

Una tarde de diciembre, en uno de los bancos del parque de nuestros
encuentros habituales, encontraron El Alcalde muerto por una sobredosis
de alcohol y hambre. Tenía cuarenta años.

Cuando llegamos al lugar ya se llevaban el cuerpo. Nos pareció mentira
ver a El Alcalde tan dócil, manejable, subordinado a los caprichos de
policías y paramédicos.

En una tumba del cementerio de la ciudad, la más solitaria de todas,
yace Jesús Machado Castro, El Alcalde, un pobre diablo al que la muerte
le negó el único reclamo que hizo en toda su vida: no morir en un lugar
como este.

http://www.cubanet.org/articulos/un-lugar-para-no-morir/

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