miércoles, 13 de junio de 2012

Retrato de un viejo revolucionario

Sociedad

Retrato de un viejo revolucionario
Iván García
La Habana 12-06-2012 - 8:10 pm.

Daría la vida por Fidel, aunque con Raúl se lo piensa: 'Darle ala a
cuentapropistas, maricones y travestis es una bomba de tiempo'.

Cuando Leandro nació, allá por 1930, no existía la televisión. Por
supuesto, tampoco había internet, computadoras ni teléfonos móviles. La
radio sí, el cine ya no era mudo y los periódicos tenían muchas páginas.

Leandro aún recuerda cuando a los 13 años, en San Antonio de los Baños,
vio dos aviones volando en perfecta formación de combate. "Esos pájaros
de hierro han superado la imaginación de Dios", le comentó su padre,
mecánico de una base militar en las afueras de La Habana.

Leandro tenía 27 años cuando se enroló en una célula de Acción y
Sabotaje, del Movimiento 26 de julio, que una noche de 1958 se dispuso a
paralizar la ciudad colocando 100 bombas caseras y cocteles molotov.

En esa época, Leandro pensaba que la imaginación del hombre había
llegado a su límite. "Todo está inventado. Teléfonos, autos, trenes,
aviones, barcos y hasta bombas atómicas, así que déjate de pendejadas",
le dijo a un amigo, fanático a las revistas estadounidenses de ciencia y
técnica, cuando éste le comentó que algún día el hombre volaría a la
luna y los robots controlarían la producción de acero y de automóviles.

Desde entonces, Leandro se convirtió en un agnóstico de la ciencia. Era
muy complicado para él. Prefería leer los panfletos subversivos. Su
biblia fue La Historia me Absolverá.

Cuando el 8 de enero de 1959 Fidel Castro entró en La Habana, encaramado
en un tanque Sherman, barbudo y joven, Leandro y sus compañeros de
Acción y Sabotaje ocuparon varias estaciones de policía y saquearon
residencias de los sicarios de Batista.

También asaltaron casas vacías que les parecieron demasiado elegantes.
Así se hizo de su primera nevera Frigidaire y de un tocadiscos cuya
marca no recuerda.

Poco después, a batazos y con un hacha de carnicero, despedazaron
ruletas, mesas de póker y máquinas tragaperras. Era un hombre curtido
para la pelea y el jaleo.

Leandro recuerda una noche caliente de 1960, cuando su superior en la
incipiente policía revolucionaria le encomendó la misión de organizar
pequeños grupos de civiles, que se encargarían de destrozar las sedes y
talleres rotativos de varios periódicos de tirada nacional.

A hierro y fuego se le quedó grabada una charla con su jefe de batallón:
"Aquí lo que vale es lo que diga Fidel. Si el comandante dice que esto
es comunismo, vamos detrás de él. Lo que vale es la lealtad. La duda es
cosa de flojos".

Esa fue su máxima en la vida. Aún lo es. Por devoción a un líder, peleó
en Girón, se adiestró en técnicas de sabotaje en una base militar
secreta y, bajo una llovizna fría, en octubre de 1962, juró que prefería
morir en una hecatombe nuclear que ceder ante las presiones políticas de
los yanquis o los soviéticos.

Leandro estuvo en varias batallas y guerras civiles en África. No le
importaba a quién disparaba. Le daba igual que fueran negros de la
UNITA, blancos sudafricanos o soldados somalíes, que años atrás
estuvieron en el mismo bando.

Lo suyo siempre fue "Comandante en Jefe, ordene. Pa'lo que sea Fidel,
pa'lo que sea". Lo demás no importaba. En 1980, Leandro fue un piquetero
furioso, encargado de aglutinar gente del barrio para gritar improperios
y lanzarle huevos a "los degenerados de mala madre" que decidían
marcharse por el Mariel.

La vida civil se le hacía incomoda. En pocos segundos armaba y desarmaba
un AKM. Le aburría dirigir a "esa partida de vagos y borrachos que
trabajaban en una fábrica de cerámica".

Pero la "etapa dulce", la de la violencia revolucionaria, había pasado.
Ya el muro de Berlín había sido barrido por la historia. Y los
fraternales camaradas soviéticos apresuradamente prepararon las maletas
y partieron rumbo a sus repúblicas, de la noche a la mañana
transformadas en naciones independientes y soberanas.

"El mundo no hay quien lo entienda. Estos yanquis, tan hijos de puta y
desalmados, se han llevado el gato al agua en esta guerra de
ideologías", dice Leandro sentado en el balcón de su casa.

En los 90, la misión fue resistir. Y vigilar a los "mercenarios y
contrarrevolucionarios". En su barriada había unos cuantos. Cuando la
Asociación del Combatiente lo ordenaba, "organizábamos un mitin de
repudio a esos tipejos".

Cumplidos los 81 años, Leandro sigue firme en sus ideales. Confiesa que
daría la vida por Fidel. Aunque con Raúl se lo piensa. "Está haciendo
cosas que no me gustan. Darle ala a los maricones y travestis es una
bomba de tiempo. Y es peligroso darle tanto espacio a los
cuentapropistas. Cuando hagan mucho dinero, se le van a virar con carta,
te lo aseguro".

A pesar de los cuestionamientos, cuando suena su celular, asignado por
la Asociación para movilizaciones urgentes, y se trata de armarle una
respuesta a opositores de barricada, Leandro no deja de asistir.

"Las ordenes se cumplen. No se discuten. Así de simple. O ellos (la
oposición) o nosotros. Si esos cabrones toman el poder van a hacer lo
mismo. Por suerte, ya estoy viejo", dice.

Y le pide a un nieto que le revise en el móvil si ha entrado algún SMS.
"No sé andar en estos cachivaches. Cuando yo nací, no había celulares ni
internet".

http://www.diariodecuba.com/cuba/11504-retrato-de-un-viejo-revolucionario

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