viernes, 22 de junio de 2012

“Plan México”, solución a la narcoviolencia

"Plan México", solución a la narcoviolencia
[21-06-2012]
Dr. Darsi Ferrer

(www.miscelaneasdecuba.net).- La Habana, Cuba. México está bajo el
embate del acoso de fuerzas criminales. El ejército y la policía
enfrentan en lucha cruenta a las bandas de narcotraficantes. Durante
decenios estos pandilleros han acumulado fuerzas, organización y capital
bajo el contubernio y colaboración de gobiernos corruptos.

En los seis años de frontal combate, los narco delincuentes se valen de
una siniestra táctica de terror, atacando salvajemente a la población,
dejando una estela de muertes que supera las ocasionadas en la guerra de
Irak y Afganistán. Intentan obligar a clamar la paz a toda costa al
gobierno del presidente Felipe Calderón. No es de extrañar entonces que
la sociedad civil, por intermedio de sus representantes más activos,
como es el caso del renombrado poeta Javier Sicilia y sus seguidores,
reclamen un cese de las hostilidades debido a la enorme cantidad de
bajas, sobre todo civiles, que provoca el conflicto.

Pero el peligro de que la nación pueda ser arrastrada por los forajidos
a transformarse en un Estado Fallido está precisamente en darles
cuartel. ¿Qué esperan estos líderes cívicos que hagan las fuerzas
armadas y la policía mexicana frente a esa amenaza? ¿Qué probabilidades
de solución surgiría de la alternativa de un diálogo nacional? No hay
acuerdos posibles con unos individuos que, dado el poder que
administraciones anteriores le permitieran adquirir, se proponen
apoderarse del país y transformarlo en una gigantesca base de
operaciones para el narcotráfico y cuanto delito puedan poner en práctica.

La similitud del caso mexicano con la hermana nación colombiana tiene
más de una coincidencia. En el país suramericano también se impuso
tiempo atrás una poderosa fuerza ilegal armada. Con el tiempo, se alió
en método y procedimiento a delincuentes comunes, y se organizaron
alrededor del narcotráfico y el secuestro y la extorsión para financiar
sus actividades terroristas. La lasitud, corrupción y componenda de
diversos gobiernos facilitaron que las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros
grupos militares y paramilitares transformaran esa nación en un infierno
de inseguridad. Decenas de miles de muertos, secuestrados y desplazados
fomentaron la dramática realidad de aquella Colombia. El conflicto se
fue expandiendo por todo el país y hasta en la capital los actos de
terrorismo pasaron a ser la orden del día.

El gobierno del ex presidente Andrés Pastrana llegó al colmo de
concederles a las FARC, el grupo armado más poderoso, todo un enorme
pedazo de territorio colombiano, conocido como zona de exclusión. Los
deseos expresados de conciliación nacional del presidente y de los
grupos de paz a través de un diálogo con los insurrectos armados
tuvieron un precio demasiado alto. Repentinamente, cientos de miles de
ciudadanos colombianos residentes de esa zona cedida a los narco
guerrilleros se vieron en la posición de víctimas indefensas atrapadas
bajo la ley de horca y cuchillo de una pandilla violenta. Como nefasto
resultado de la ingenuidad política del gobierno y los deseos de una
sociedad civil ansiosa de paz a cualquier precio, el conflicto se
expandió como nunca antes, y llegó a convertirse en una guerra en toda
la línea contra el pueblo y la institucionalidad del país. De hecho,
Colombia tomó un rumbo cada vez más parecido a una nación fallida, donde
los delincuentes dictaban las condiciones, tal como ahora ocurre en
algunos países de África subtropical.

Esta situación dio un sorprendente giro con el acuerdo de nuevos
gobiernos colombianos con el gobierno de los EEUU para combatir con
métodos modernos y poderío militar a los grupos violentos del país. Ese
proceso de enfrentamiento del terrorismo culminó en el acuerdo
denominado Plan Colombia. Gracias a la ayuda y asesoría norteamericana,
por primera vez el ejército y la inteligencia militar colombiana
comenzaron a imponerse en la desigual lucha.

De una situación táctica donde sus efectivos estaban siendo superados
por el poder económico que les otorgaba a las guerrillas el
narcotráfico, la balanza militar comenzó a inclinarse a su favor. Fue
durante el gobierno del presidente Álvaro Uribe cuando los mayores
golpes contra los grupos armados y el narcotráfico comenzaron a
desbaratar la influencia que ejercían en todo el país y se inició el
camino de retorno a la seguridad ciudadana y a la paz nacional. Y quede
claro que no se trató de la buena voluntad de los violentos alzados lo
que condujo al actual desenlace, sino el peso de las armas y la decisión
de derrotar a los delincuentes que aterrorizaban a la población.

El caso de México se aproxima mucho a ese antiguo escenario de
violencia, más goza de dos ventajas geográficas que lo benefician en su
lucha por una paz convincente. En Colombia, pese a los renovados y
demoledores triunfos de las fuerzas constitucionales, las fronteras y el
contubernio de los gobiernos de países limítrofes han permitido que a
última hora las pandillas armadas acosadas crucen hacia el otro lado.

Allí se refugian en sus bases sin ser molestados por las autoridades de
Venezuela y Ecuador. El connotado caso de la muerte de uno de sus
principales jefes, Raúl Reyes, reveló la tranquilidad y sosiego que
disfrutaba su grupo dentro del territorio ecuatoriano. Sin embargo, pese
a esta revelación de tolerancia, y hasta colaboración, con los grupos
armados insurgentes, dichos gobiernos han continuado tan mala práctica.

Por suerte para México, no padece esa múltiple porosidad fronteriza. Y,
además, tiene como anejo vecino a un poderoso colaborador interesado en
la lucha, derrota y aniquilación de esas pandillas que desafían la
voluntad soberana de los gobiernos elegidos y la civilidad. La nación
mexicana pudiera beneficiarse de una alianza con los Estados Unidos
similar a la del Plan Colombia. Pero para ello necesitan desembarazarse
de dudas y viejos resentimientos.

El nacionalismo acérrimo que impediría negociar tal acuerdo tiene
recientes manifestaciones en diputados nacionales ante el Congreso de
ese país. Algunos hasta rechazan el uso de los novedosos aviones espías,
los drones norteamericanos, sobre el territorio de México.

Utilizados como un instrumento poderoso y eficaz en la lucha contra los
grupos de narcotraficantes, han sido calificados como engendros de
espionaje encubierto de los "yanquis" sobre el sagrado suelo de la
patria mexicana con quién sabe qué malsanos propósitos. Reservas
ridículas como esas, a estas alturas del sangriento conflicto, más
parecen para beneficio de los delincuentes que otra cosa.


Hay que dejar atrás el trasnochado lema de "¡Pobre México, tan lejos del
cielo y tan cerca de los Estados Unidos!". A la patria de Benito Juárez
le es imperiosa una alianza con los Estados Unidos para enfrentar a los
delincuentes con dos frentes de combate coordinados. A los dos países
les sería muy conveniente anular a las bandas de delincuentes altamente
organizados que tienen su mayor mercado en el territorio norteamericano.

El éxito del proyecto tendría resultados mucho más alentadores y rápidos
que los alcanzados por el Plan Colombia. Y se debería a las ventajas que
otorga la geografía con una frontera común entre México y EEUU. Las
coordinaciones entre ambas naciones tendrían una base de organización y
mutuo intercambio de información y operatividad que ya tiene un sustento
legal y funcional con el Tratado de Libre Comercio (TLC) que actualmente
está en vigencia entre los dos países y Canadá.

Un consolidado resultado en esta dirección tendría un efecto demoledor a
nivel continental. En primer lugar, porque ayudaría al gobierno
colombiano en su lucha contra los remanentes guerrilleros que aún asolan
en su territorio. Una parte de esas exportaciones ilegales colombianas
se contrabandean hacia Europa, pero la mayor cantidad la negocian con
los cárteles mexicanos para su introducción en los Estados Unidos. Por
tanto, se anularía o disminuiría enormemente este jugoso mercado y como
consecuencia debilitaría más la capacidad de soborno, rearme y
reorganización que logran estas pandillas en los territorios colindantes
de los países vecinos de Colombia.

Así que una alianza en un, digamos, "Plan México", para luchar contra la
narcoviolencia pudiera constituirse en una meta continental de mutuo
beneficio tanto para Estados Unidos, México y Colombia como para el
resto del Hemisferio. La creciente insurrección de Sendero Luminoso en
Perú busca colocarse como proveedor de coca para la emasculada guerrilla
colombiana. Y la persistencia del gobierno de Evo Morales en Bolivia por
defender crecientes cultivos de coca en su país no puede verse como una
inocente casualidad, dado su abierto odio por los Estados Unidos y su
fraternal simpatía por la insurgencia narcotraficante de Colombia.

Por otra parte, los países de Centroamérica se verían librados de la
invasión de grupos narcoterroristas. Con su gran capital y capacidad de
corrupción las bandas criminales de traficantes representan una
verdadera amenaza, porque están en capacidad de envenenar las
instituciones y superar las posibilidades de las pequeñas fuerzas
armadas, policiales y de inteligencia de la región, las que no cuentan
con los medios idóneos para combatirlas. Las Maras, esas pandillas en
extremo violentas que se han expandido como una lepra por toda esta
área, pujan por convertirse en los garantes del tráfico hacia México.

De ahí que campañas como la del presidente guatemalteco, Otto Pérez
Molina, que buscan la aceptación de la legalidad de las drogas sea una
mala opción. Algo así facilitaría el actuar de esos grupos, que
convertirían a los países centroamericanos en nuevas bases para
continuar el tráfico. La reciente noticia de tropas de las FARC
avizoradas en territorio panameño confirma este aserto.

La soberanía, institucionalidad y la paz de los ciudadanos mexicanos
sufre la misma amenaza que la de los colombianos. El pueblo de México
no puede abandonar ni dejar de darle sostén al enérgico enfrentamiento
que sostienen las fuerzas de su gobierno con las despiadadas bandas del
narcotráfico. A esa sociedad le corresponde asumir su propia
responsabilidad en el presente estado de cosas.

Estas pandillas gozan del nivel de riqueza y poderío que ahora hace
sufrir y aterrorizar a la sociedad gracias a la corrupción que fomentó
durante más de setenta años de continuo poder el Partido Revolucionario
Institucional (PRI). Partido político que pudo lograr tan nefasto
continuismo porque el pueblo mexicano, a cambio de prebendas y
componendas de corruptela prometidas, le dio una y otra vez su voto
mayoritario en las elecciones.

No se debe ignorar la lección universal de que, de una u otra manera,
los pueblos siempre son cómplices de los gobiernos que tienen, más
ahora, cuando dos candidatos de partidos poco recomendables como el PRI
y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) le vuelven a hacer
carantoñas para ganar sus votos en las cercanas presidenciales. El PRI,
con Enrique Peña Nieto a la cabeza, por la historia que arrastra y que
lo descalifica como solución para conducir los destinos de la nación.

Y el PRD porque viene con un trillado proyecto de Estatismo y Sociedad
Benefactora liderado por Manuel López Obrador, que ahora mismo está
haciendo aguas en todo Occidente, además de la agravante que representan
ambos candidatos por la posición común de desaprobación de la política
actual de lucha determinada contra la narcoviolencia.

Al futuro proyecto de gobierno en Cuba, una vez liberada de la dictadura
castrista, tampoco le conviene la existencia de poderosos cárteles de la
droga en el área latinoamericana. El país saldrá muy débil en todos los
sentidos de la larga enfermedad del totalitarismo. Sería una víctima
fácil de esas pandillas, convirtiendo al archipiélago en una nueva
Tortuga de piratas narcotraficantes y un dolor de cabeza terrible para
el país vecino de los Estados Unidos.

Este "Plan México" u otro similar sería un proyecto enmarcado dentro de
un verdadero y concreto concepto de integración continental, una lucha a
favor de la civilización, no el excluyente y politizado principio que
pretende imponer el último proyecto bolivariano, la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), intentando ignorar a los Estados
Unidos y Canadá. A fin de cuentas, hay algo bien hipócrita, mal
intencionado, y falso en una intención fraguada en la región que
pretende tal absurdo a la vez que se beneficia de este Norte excluido
siendo receptores de los mayores volúmenes de inversión, envío de
remesas, venta de materias primas y reservorio para la inmigración de la
fuerza laboral que sus propias ineficiencias no logran cubrir.

Los errores del pasado no tienen que ser la cruz eterna para el futuro.
El pueblo de Cuba de igual forma cometió la terrible equivocación de
apoyar a un grupo de criminales disfrazados de justicieros y de creer
ingenuamente sus promesas. Sin embargo, al igual que el México de hoy,
que la Colombia decidida a adecentar su suelo, que una América Latina
bamboleada por populismos pero con una decidida marcha hacia la
democracia, el Estado de Derecho y la integración a las bienhechoras
influencias que a todos trae la Globalización, la patria de Martí
también tendrá oportunidad de reemprender el camino del progreso si
acepta luchar contra los males que por sí misma engendró.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=36293

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