martes, 12 de junio de 2012

La verdadera realidad cubana (I)

La verdadera realidad cubana (I)
junio 11, 2012
Yusimí Rodríguez

HAVANA TIMES — Desconfíe de títulos como este. Desconfíe de cualquier
texto que intente decirle una verdad absoluta sobre algo, sobre todo si
ese algo es Cuba.

Tome un dado en sus manos e intente ver sus seis caras al mismo tiempo.
La verdad es como un dado, pero con más caras. Esto tampoco es una
verdad absoluta, ni comprobada, es apenas mi opinión. Por tanto,
desconfíe también.

Hace casi dos meses, el país conmemoró otro aniversario de la Victoria
de Playa Girón, lograda contra tropas mercenarias que invadieron la Isla
por Bahía de Cochinos. En el mes de abril, el espacio televisivo de la
Mesa Redonda dedicó uno de sus programas a este hecho histórico.

Confieso que solo veo el programa en ocasiones especiales. Esta no era
una, pero el televisor estaba encendido y lo escuchaba desde la sala de
mi casa. La invitada principal de aquella tarde era Nemecia, la niña del
poema "Los zapaticos blancos," del Indio Naborí. Esa niña es ahora una
mujer de más de sesenta años.

Por mucho tiempo no supe que Nemecia era real. Estudié el poema en la
primaria, pero solo en un reportaje sobre el Sexto Congreso del Partido
Comunista de Cuba, celebrado en el 2011, vi en carne y hueso a la
protagonista del poema. Ahora, la escuché contar su historia en la Mesa
Redonda.

Nemecia fue muy pobre antes de 1959. Su madre apenas lograba mantenerla
a ella y a sus hermanos. Nunca pudo comprarle zapatos blancos, ni de
ningún color. Al escucharla, pude imaginar lo que fue la llegada de la
Revolución cubana, a la vida de los habitantes de aquella comunidad.

Y justo cuando empezaba a salir el sol para Nemecia, llegó la invasión
mercenaria. Nemecia supo que el país estaba siendo invadido, de la forma
más directa. El transporte en que viajaba con su madre y sus hermanos
fue alcanzado por los bombardeos. Su madre murió frente a ella. Sus
hermanos fueron heridos.

A lo largo de mi vida, Girón ha sido un hecho lejano, cantaleta
triunfalista del discurso oficial, que tuve que aprenderme para un
examen de historia en cuarto grado: "Girón, primera derrota del
imperialismo yanqui en América, 19 de abril, de 1961." Punto. Ahí
termina Girón para mí. Nací en 1976. No estuve allí para vivirlo. Por
suerte.

Para Nemecia, Girón es cada día que recuerda a su madre. Todos los días.
¿Cómo se recupera una de haber visto, a los doce años, a su madre morir
en un ataque mercenario? No lo sé. No sé si una se recupera. Nada que
pueda imaginar me acercara a lo que sintió Nemecia.

Escuchándola, recordé una escena de la película "Ché, el argentino," de
Steven Soderbergh: el Guerrillero agradece la invasión de Playa Girón,
porque unió más al pueblo en torno a Fidel. Nadie sabe para quién trabaja.

¿Cuestiona Nemecia alguna vez los errores cometidos por los mismos
líderes que trajeron a su vida la luz de la Revolución, los atropellos
contra los homosexuales; los que se comenten ahora contra quienes exigen
cambios; que la Constitución de 1940 nunca fue restablecida (como
prometiera Fidel Castro)? Supongo que no. Y la entiendo.

En Cuba, los términos "disidente" y "opositor" han sido transformados
por el poder en sinónimos de "mercenario." Quienes exigen libertad de
expresión, de asociación, de prensa, son catalogados por el gobierno de
mercenarios, sin derecho a réplica. Ya sabemos lo que la palabra
"mercenarios" debe traer a la mente de Nemecia.

Visité la comunidad de Pon, en la provincia de Pinar del Río, en el año
2002. Allí, los campesinos no contaban con agua corriente ni
electricidad. Debían sacar agua de un pozo; existía un solo televisor
colectivo, que funcionaba gracias a un panel solar. No sé si las cosas
en Pon habrán cambiado, pero había que escucharlos hablar de Fidel
Castro en aquel momento, en aquellas circunstancias: "Gracias a Fidel,
se acabó el desalojo"; "Gracias a Fidel, mis hijos no pasan hambre";
"Gracias a Fidel, tenemos tierras."

Esa era su verdad, y no podía evitar que me conmoviera su agradecimiento
hacia la Revolución cubana, a pesar de que en pleno siglo XXI tuvieran
que sacar agua de un pozo; aunque sintiera que la vida se acababa a las
siete de la noche, cuando oscurecía, y quedaba aquel televisor colectivo
como única opción.

Conozco a un hombre de 67 años que describe a Fidel Castro como "el
único presidente que le dio dignidad a este país." En su adolescencia,
antes de 1959, lo expulsaron de una playa por ser negro.

Más tarde, durante años, no pudimos entrar a las instalaciones
turísticas, no por ser negros, mulatos o blancos, si no por ser cubanos.
A mi amigo esto no le pareció indigno, sino necesario.

También le pareció necesario que durante mucho tiempo los cubanos (que
tuvieran suficiente dinero) no pudiesen adquirir carros, excepto si eran
artistas, deportistas de alto rendimiento o miembros del Consejo de
Estado; que solo fuera posible comprar una casa de manera ilegal.

Si el Estado no ha pedido disculpas por habernos privado de esos
derechos, "es que era necesario". Si tampoco se ha disculpado con los
homosexuales expulsados de las universidades, de sus centros de trabajo,
enviados a las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) es que
también era "necesario."

Tampoco es indigno, sino necesario, que los cubanos requiramos un
permiso especial para salir del país. Cuando eso cambie, si es que llega
a cambiar, como se anunció durante el Sexto Congreso del Partido,
tampoco recibiremos una disculpa.

Mi amigo de 67 años participó en la campaña de alfabetización, sembró
café, aplaudió al gobierno cuando se eliminó incluso la pequeña
propiedad privada que existía en el país, "como último vestigio de la
burguesía." Esa fue la justificación de entonces.

Mi amigo formó parte de aquel proceso. Aquello no puede haber sido un
error, porque también sería su error. Sus horas de trabajo voluntario
donadas a la Revolución no pueden haber caído en el vacío. Los que
murieron en Angola, no pueden haber dado su vida en vano.

Aunque la casa se le esté cayendo encima, aunque su jubilación simbólica
le dure exactamente diez días, necesita seguir creyendo en aquel futuro
mejor que le prometieron los líderes en 1959.

Lo más cercano a esa promesa fueron los años ochenta del siglo pasado;
es triste escucharlo hablar de esa época, cada vez más lejana,
convencido de que regresara, mientras sobrevive gracias al invento,
nuestra forma eufemística de llamar a las pequeñas actividades
pseudo-ilegales que garantizan la subsistencia.

Mi amigo es uno de los tantos jubilados que venden jabitas (sin
licencia), periódicos, el café de la cuota, o lo que les caiga en las
manos, pero que nadie le hable mal de la Revolución y sus líderes,
porque aún tiene fuerzas para "pelear por esto" y pulmones para gritar
consignas.

Continuará…

http://www.havanatimes.org/sp/?p=65614

No hay comentarios:

Publicar un comentario