sábado, 9 de junio de 2012

Cuba: ¿odio o conciliación?

Cuba: ¿odio o conciliación?
Publicado el Viernes, 08 Junio 2012 19:49
Por Leonardo Padura

Muy pronto hará 50 años que entré por última vez a una Iglesia católica
como creyente. Mi madre, educada católica, y mi padre, masón cubano
desde antes de que yo naciera, decidieron que a los seis años de edad
empezara a asistir al catecismo y realizara la primera comunión.

Al cumplir los siete, recibí el sacramento, pero, casi de inmediato,
tomé una de las primeras resoluciones trascendentales de mi vida:
satisfecha la demanda de mis padres, cerré mi relación activa con la
Iglesia y con la fe en lo divino, para dedicar las mañanas de domingo a
hacer lo que en realidad yo quería, en lo que más profundamente creía:
jugar béisbol con mis amigos.

Desde entonces he practicado -no niego que tal vez movido por cierta
compulsión social antirreligiosa, muy fuerte en Cuba hace esos 50 años-
un ateísmo que quizás sea más bien un tipo de agnosticismo. Porque
tiendo a pensar que sí, que puede existir algo trascendente, pero no me
atrevo a relacionarlo con nada tan concreto como un Dios específico.

Vicios del inmovilismo

El hecho de que nunca haya vuelto a rezar ni dentro ni fuera de una
iglesia, que no me haya iniciado como masón, y sea un agnóstico sin
pretensiones filosóficas, no ha impedido que muchas enseñanzas recibidas
por el catolicismo de mi madre y la práctica fraternal de mi padre se
hayan integrado a mi manera de ver y entender la vida. Y uno de esos
aprendizajes esenciales y mejor encarnados en mi conciencia es creer en
la conciliación más que en la venganza, no solo como una actitud
religiosa o masónica, sino como una postura ética que cada hombre
debería practicar.

Aunque hasta esta misma línea pueda parecer que estoy escribiendo de mi
educación o mi modo de entender el mundo, en realidad lo dicho hasta
ahora tiene otro fin. En dos palabras: recordar que la ingratitud humana
puede ser infinita, y tanto que muchas veces resulta más frecuente que
su antónimo simple, la gratitud.

Desde hace unas semanas, que se pueden extender a meses, incluso a años,
el papel social que ha jugado la Iglesia Católica cubana, especialmente
desde la investidura cardenalicia del obispo Jaime Ortega Alamino, es
una muestra de cómo cualquier intento de mover una sociedad viciada por
el inmovilismo, marcada por odios enconados y muchas veces alimentada
por los más disímiles extremismos internos y externos de todo tipo,
puede recibir la recompensa, por parte de ciertos sectores y personas,
de la ingratitud más desembozada, incluso adornada con los insultos y
las ofensas punteadas con la calumnia.

Abriendo un diálogo necesario

Filosóficamente no comparto todas las ideas del Cardenal cubano. Tampoco
puedo decir que sus tácticas y estrategias me parezcan -muy
personalmente- siempre las más atinadas, aunque respeto su realismo
político y su perseverancia. Tampoco voy a resumir ahora las numerosas
ganancias que en su labor pastoral, pero sobre todo social, ha obtenido
la Iglesia cubana para grupos de personas e incluso para la nación, ni
la política desarrollada por el padre Ortega Alamino para fomentar la
conciliación de un país donde se infringieron muchas heridas. Pero,
desde mi posición de ciudadano que aboga por un mejoramiento de las
condiciones generales de la nación, me satisface pensar que con la
dirección del Cardenal, la Iglesia Católica cubana ha conseguido abrir
unos espacios de diálogo, reflexión, crítica y presencia social que
mucho necesitaban no ya los creyentes, sino el país en pleno.

El hecho de que el padre Ortega Alamino haya recibido recientemente una
andanada de ataques, muchos de carácter personal, no puede resultar
casual ni espontáneo. El intento de disminuir su figura y la obra de la
institución que él encabeza en Cuba, mucho se parece a una devaluación
tras la cual se mueven intereses precisos, a veces mezquinos. Porque el
diálogo y la política de conciliación, la búsqueda de alternativas en un
territorio donde ha primado el enfrentamiento y la distancia en un país
donde solo se suele escuchar la voz de un partido, gobierno y prensa
únicas, no puede complacer a todos, especialmente a aquellos que, dentro
o fuera, se alimentan de la confrontación y el odio.

Odios y fundamentalismos políticos

Me parece evidente que lo conseguido en los terrenos sociales y
políticos por la Iglesia cubana en las dos últimas décadas merece el
reconocimiento y la gratitud de los que deseen y sueñen una Cuba mejor
para ahora y para mañana, con independencia de credos religiosos o
políticos. Igualmente palmario resulta que quienes desde fuera de las
instituciones oficiales y actuando en el interior de Cuba tratan de
realizar alguna labor tendiente a cambiar algún estado de cosas, suelen
recibir sobre sus ideas los fuegos cruzados de los extremistas y, las
más de las veces, ataques a sus personas, como si entre los polos
opuestos del diapasón político cubano hubiera un acuerdo tácito de
devaluación sistemática de esos intentos de comprensión, convivencia o
mejoramiento.

Cada uno de los affaires de este género, como el que ahora mismo se
desarrolla alrededor de la figura, el trabajo, la obra del cardenal
Jaime Ortega Alamino, no pueden dejar de producirme una enorme tristeza.
Porque demasiado, se parecen a la ingratitud y a las posturas
extremistas a las cuales, por más acostumbrados que estemos a sufrirlas,
solo sirven para exhibir protagonismos personales o, en el peor de los
casos, para que nada cambie.

¿Será el odio y el resentimiento el signo que marque el futuro de la
isla? Se podrá ser creyente o no, católico o no, pero lo que resulta
difícil de admitir es la devaluación ofensiva de una personalidad que,
quizás incluso con estrategias o discursos con los cuales no estemos
siempre de total acuerdo, mucho se ha empeñado en ayudar a fomentar el
diálogo desde dentro de Cuba para que los ciudadanos de la isla vivamos
en un país mejor, dispuesto a la conciliación más que al odio y los
fundamentalismos políticos.

* Cortesía de IPS

http://cafefuerte.com/opinion/opinion/puntos-de-vista/1927-cuba-odio-o-conciliacion

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